Un día me levanté y decidí que ya había tenido suficiente. La vida que estaba llevando no me satisfacía. La ciudad, con su asfalto y sus ruidos, estaban ahogándome. Así que decidí hacer un cambio.
Me llamo Eli, tengo 33 años y soy de Barcelona de toda la vida. Me dedico al diseño de aplicaciones móviles (user experience design) y, por mucho que me guste lo que hago, paso más de ocho horas pegada a la pantalla del ordenador, generalmente muy atenta a si hay algún cuadradito fuera de lugar entre el resto de píxeles. A ese tiempo de pantalla hay que sumarle el que paso viendo Gilmore Girls o cualquier otra serie o peli, y el tiempo que paso bajando en Instagram.
Hace siglos, estudié comunicación audiovisual, aunque quería ser fotógrafa, y después un máster en Diseño Publicitario, de los cuales he olvidado la mayor parte. Después, empecé a dedicarme al marketing sin saber mucho, sólo con pasión y ganas. Empecé como becaria en una empresa emergente y fui ascendiendo, me moví a otra empresa y terminé siendo Marketing Manager. Pero vender productos digitales ya no me hacía feliz, así que 7 años después y a la edad de 30, decidí hacer un cambio de carrera hacia el diseño UX. Sigo arrastrando el síndrome de la impostora.
Necesito tener las cosas bajo control, o siento que el mundo colapsará. Tengo toda mi vida calendarizada, tengo listas por todos lados, me dan tics en el ojo si hay cosas fuera de “su” lugar. Sencillamente, si no lo hago así, olvido los compromisos y mi ansiedad se dispara.
Soy muy curiosa y siempre he sido un culo inquieto: siempre me ha gustado viajar, extirparme de lo conocido y colocarme en otro lugar, diferente y nuevo. Antes, viajaba en avión, y lo más lejos que he llegado es Estocolmo. Empecé a viajar sola con mi pequeño Volkswagen Polo y con mis ahorrillos me iba a algún hotel de la costa del norte. Era mi forma de observar y cultivar mi individualidad y creatividad. Pero me gustaba un buen hotel, una buena cama. Digamos que tenía ciertos estándares –herencia de mi madre. Gastaba el dinero en hoteles que no me podía permitir, solo para experimentar un fin de semana la vida de rica, sintiéndome fatal porque, al fin y al cabo, era impostado porque no pertenezco a ese mundo.
Mi relación con Barcelona es de amor-odio. Pasé una época en la que sólo quería irme: la gentrificación, el turismo masivo, la dificultad para costear bienes mínimos pese a tener un buen sueldo, la imposibilidad de comprar un piso y un largo etcétera me dejaban una sensación de ahogo que no podía más. No quería pasarme la vida ahorrando para un piso que quién sabe si llegaría. Así que me compré una furgoneta y decidí llevarme la casa a cuestas. Ahora, en lugar de ir a hoteles de 5 estrellas, duermo en parkings a su lado, en mi pequeño hogar con ruedas.
Mi forma de viajar ha cambiado del todo: viajar en camper me permite soltar el control, improvisar, no seguir rutas hiperplanificadas, tolerar mejor el cambio, decidir a última hora, “perder” el tiempo… Ya te iré contando si te quedas por aquí, pero puedes seguir mis aventuras a través de Instagram.